En estos días tan difíciles, es bueno traer a la memoria los pasos recorridos
La Justicia es la única que puede hacer justicia
Creo que existen principios. No sé por qué se los denomina así. Yo los llamaría ‘espacios’, ‘espacios que se alcanzan’, ‘espacios contenedores de energías poderosas’.
A esos espacios, (o esos principios), se arriba por dificultosos caminos; algo así como llegar a un refugio en medio de la tormenta y recorriendo caminos desconocidos y peligrosos.
Sin embargo, en el alma de los que buscan estos espacios existe, aunque no lo sepan con toda claridad, una brújula, un plano que va indicando el recorrido, que hace girar o retroceder y luego avanzar o detenerse por un tiempo inaudito para arrancar, después, como una estampida y sin previo aviso.
Sobre estos espacios o principios se ha dicho mucho; para bien y para mal; se los ha desprestigiado o ensalzado; se los ha relativizado y muchísimas veces se los ha ocultado porque cuando están a la vista de todos provocan cambios que no se aceptan fácilmente.
Yo me estoy refiriendo en esta oportunidad a la Verdad y la Justicia. Debe haber otros. Seguramente hay otros espacios, pero yo voy a hablar, a pensar, a traer a la memoria, estos dos porque son los que supimos buscar, recorrer y encontrar.
Verdad y Justicia. Los tomaré por separado. Digamos que si es posible los tomaré por separado, quizás para poder explicarme mejor. ¡Qué no se ha dicho de la Verdad! ¿Cuántos son los que vociferan ‘ésta es la verdad!’ e inmediatamente sacan una espada afilada y le cortan la cabeza al que tienen enfrente? ¿Cuántos han dado la vida por la verdad? ¿Cuántos han guardado la verdad en el fondo de su alma y se han muerto locos y enfermos por no decírsela a quien la esperaba? ¿Cuántos la ocultan bajo miles de llaves? ¿Cuántos la llevan en el bolsillo más chiquitito del traje y la saborean cuando nadie los ve? ¿Cuántos dicen ‘verdad’ y mienten de norte a sur? ¿Cuántos por decir mentiras zafan de muerte segura? ¿Cuántos creen que hay una sola verdad? y cuántos más opinan que hay miles de verdades según sea quien la consuma? En fin, para no ir tan lejos, ni quedarme tan cerca, voy al grano: yo hablo de la verdad que es la realidad; la verdad que son los hechos, lo acontecido, lo vivido, lo que se experimenta. Aclaro, eso sí, dos cosas: no lo hago para discutir ni debatir con nadie. Sólo reflexiono. Y la otra cosa es que sí tengo en cuenta, en esto de ‘la realidad, lo experimentado, lo acontecido’, si tengo en cuenta, digo, la subjetividad. Sé que cada cual vive los hechos acontecidos en la realidad de su experiencia con la subjetividad que la vida le puso en los huesos, pero esa subjetividad de ningún modo hace a la realidad relativa. Digo que puede uno, a diferencia de otro, observar una mariposa y considerar que es de color naranja con manchitas siendo que para el otro es totalmente naranja, pero la realidad es que se trata de una mariposa y no puede confundirse ni ser llamada elefante o papel higiénico o puerta de metal. Mariposa y punto. Ésa es la realidad, el hecho, lo acontecido, la verdad. Sobre eso puedo escribir un poema, una obra teatral, un documento científico, una canción revolucionaria, un tango melancólico; puedo pintar un cuadro o fotografiarla y fotocopiarla y repartirla por las calles o escanearla y subirla por internet y hacerla la más conocida de las mariposas. Todo esto sería la proyección o difusión del hecho real que es la mariposa anaranjada con o sin manchitas que revoloteaba.
Vuelvo al principio o espacio ‘Verdad’. En la vida de nuestro país muchos miles de personas vivimos la Verdad de la tragedia: golpe de estado cívico militar eclesiástico y el hecho real de perder familiares, amigos, compañeros. Vivimos la desaparición forzada de personas, de nuestras personas, el robo de nuestros niños y el destrozo de familias, casas, libros, todo. Hechos. Vivimos hechos, realidades. Ésa es la Verdad. La dijimos en todas partes como denuncia. La tuvimos que mentir más de una vez para sobrevivir. Juntando fuerzas y junto a otros la expulsamos al exterior haciéndola llegar lo más lejos que pudimos. Se lo dijimos al papa que tanto no se conmovió durante su visita a México. Se lo repetimos a todo milico, juez, fiscal, legislador, político, etc. que andaba por ahí. Lo escribimos a mano, a máquina, con copia, en telegramas, ante la OEA, la ONU, la CIDH. La callamos ante aquellos vecinos que no se compadecían y la compartimos con los que nos ayudaban en silencio; la peleamos con montones de parientes que se fueron cantando bajito y no volvieron nunca más y, fundamentalmente, la tuvimos guardada en nuestro cofre de la memoria para que no se olvidara jamás.
Nos dimos cuenta, casi sin querer, que esa Verdad es un espacio, un principio con su poder, con su energía acumulada, con su alcance y su capacidad de transformación. Nos llevó tiempo, años en realidad, advertir que esa Verdad vivida, ese hecho acontecido era, es un espacio de poder, un elemento, una herramienta. ¿Cuándo sucedió eso? No quiero hacerla demasiado larga. Sucedió cuando finalmente dimos con la Justicia.
¡Cosa extraña! Siempre la pedimos, la reclamamos, la exigimos pero no siempre pudimos advertir su verdadero rostro; el rostro de la Justicia. Fue por distintas razones. En nuestra desesperada búsqueda salimos armados de ilusiones, de la ilusión de volverlos a encontrar. Entonces al reclamar Justicia creíamos que la justicia nos devolvería al minuto anterior a la tragedia y todo volvería a ser como iba a ser. Craso error. Pero difícil de aceptar cuando sobre nosotros pendía la peor de las mentiras: el ocultamiento hasta el presente de los cuerpos de nuestros compañeros asesinados. Esa falta de verdad nos enroscaba en la mentira de los genocidas y sus cómplices.
¿De dónde habremos sacado la fuerza para llegar a ese espacio de la Verdad que reclamábamos afuera y no podíamos aceptar adentro? Yo sé que nos la trasmitieron los propios compañeros desaparecidos. Y ¿cómo es que sé esto? Porque después de recorrer los más escarpados caminos con los ojos ciegos por el espanto del terrorismo de estado y la ilusión de la mentira logramos pararnos al borde de una tumba, de muchas tumbas, de cada una de las tumbas del Cuadro 33 del Cementerio de Capital para compartir la tarea de recuperar restos que podían ser de los nuestros; porque pudimos observar sin morir ni aullar de dolor las 430 fotos de las necropsias; porque en aquellos días en el camposanto reconocimos la verdadera cara de la muerte en la de nuestros compañeros y supimos que ella les otorgaba descanso y a nosotros paz. ¿Cómo hubiésemos podido lograrlo si no hubiesen estado codo a codo en esos días de lucha para demostrar la verdad de los hechos? ¿Quién de nosotros hubiese podido transformar lo siniestro en extraordinario si ellos no hubiesen estado allí? Son sólo preguntas lanzadas al viento para cuestionar a los que ven la vida desde la verticalidad y sus limitados cortes y no desde la anchura de lo horizontal donde todos somos presencia.
Vuelvo a los principios, a los espacios que en algún momento se alcanzan y de donde obtenemos la capacidad de transformar la realidad. Voy a hablar de la Justicia. Pensaba, hace muy poco, cómo es que la buscamos tanto, cómo fue que siempre la invocamos siendo que a nadie se le escapaba que la corrupción ya había copado a varios de sus representantes; por qué la exigíamos si nos basureaban cada vez que presentábamos un habeas corpus? qué confianza podíamos tener si los jueces compartían con generales, brigadieres y el obispo las Cenas de Cacho Bouza, un programa que se trasmitió por años en LV10? No sé si alcanzábamos a distinguir que también allí había gente buena. Más bien se trataba de considerar que había que exigir Justicia y que en algún momento la alcanzaríamos.
Sucedió muchos años después, pero en ningún momento cambiamos nuestro rumbo ni nuestra intención. Intuíamos algo de la Justicia por eso le exigíamos respuesta. Acá viene lo del título: la Justicia es la única que puede hacer justicia porque se maneja con hechos, acontecimientos; toma la verdad de los hechos, los indicios que demuestran la verdad de lo realizado por las personas. Escondieron los cuerpos; mataron y escondieron las pruebas, pero…. por ejemplo: nuestro testimonio de lo vivido dice que ‘entraron por las ventanas a las 22 horas del días 21 de octubre de 1976…’ y resulta que en sus propios registros de puño y letra de algún subalterno quedó escrito que a esa hora ‘se desplazó un auto de la policía con tantos ocupantes y que fulano estaba a cargo del operativo… y resulta que ese fulano tiene en su legajo menciones honoríficas por su valor en la lucha antisubversiva y que el dicho fulano respondía a la cadena de mando de otros tantos ‘valientes’ que encarnaban el poder divino en el proceso de reorganización nacional y así hasta llegar a todo lo largo y ancho de la historia del país y el continente pero con ‘hechos’, documentados que se denominan evidencias. Entonces, ¿quién mató y escondió el cuerpo? Todos esos fulanos. ¿Y qué hace la Justicia? Justicia. ¿A partir de qué? de la Verdad que son los hechos; los hechos que siempre testimoniábamos.
Llegando ya al final de este escrito: ¿Qué ocurre cuando se trabaja y se lucha por Verdad y Justicia? Se alcanza Verdad y Justicia.
Mariú